CRISTALES LIQUIDOS ( POR VIVIANA RAMIREZ)

"Rani debe estar listo tu baño", susurro Sebastian mientras ayudaba a desabotonar mi camisa de seda color violeta. Recuerdo cuando la usé por primera vez: él la distribuyó cuidadosamente sobre la cama una mañana de octubre, en señal de amorosa memoria. No puedo precisar lo que celebrábamos entonces. En realidad, renuncio al interés de recordarlo. Me basta una sutil alteración de los sentidos para explicar la presencia de su piel entre mis sábanas.

"Si querido", respondí cerca de su boca. Abandoné lo que era ajeno a mi sencilla naturaleza y acpté desfallecer en esos brazos de hombre perfecto.
Iniciamos el recorrido que culminaría en la tina de porcelana que estaba a punto de desbordarse. Cuando él sumergía mi cuerpo en esa infusión de perfumes y hierbas mágicas, cada parte recuperaba la temperatura adecuada: la que se experimentaba justo antes de recrear el amor en su práctica universal.

Era fascinante saberme admirada por otros ojos, sentir el breve cosquilleo de mis cabellos sobre los hombros, decubrir labios húmedos excediéndose en los límites del cuello, conducir sus dedos como peces azules que habitan arrrecifes inviolados.
-Podríamos ir a tomar un trago al bar. Es justo provocar la buena suerte
-"Lástima. Se está bien aquí. Preferiría quedarme si no te molesta", dije al repasar con minucia los contornos de su cara hipnotizante
-Bueno, sí. Acabo de perder las ganas de moverme
(Resulta imposible medir el tiempo cuando me aferro a ese hábitat líquido. Las horas fluyen a un ritmo sobrenatural que solo le pertenece a Neptuno)

La felicidad comenzo a escaparse en forma de gotas saladas que desfilaban sobre todo el que era capaz de mirar "No es nada después pasa" respondo y poco a poco la habitación se inunda con mi llanto.
Una última lágrima se derramó tocando el suelo al concluir su caída. El sonido de cristales motivó su pregunta:

-¿Qué fue eso?
-Nada. Nada. Agua solamente